Solo la
utilizas tú, me dijo. Serían las dos de la mañana de un martes, calculo que
allá por diciembre. Se refería a la puerta del copiloto de su coche, me había
recogido hacía una hora y buscábamos un sitio para comer algo. Mientras
conducía fui dándole las patatas, pero tenía mucho hambre así que paró y se las
acabó. Aquel día hablamos abiertamente sobre su "otro" trabajo. Me
prometió que nunca lo había hecho, que solo fueron un par de veces y en ese
momento le creí, no me preguntes por qué lo hice, seguramente porque por aquel
tiempo creía cada palabra que decía, en especial cuando me llamaba amor.
Buscamos un lugar para hablar, estaba raro, tenía que madrugar por algo que no
me quería decir pero parecía importante, solo me dijo que estaba a gusto y quería
pasar esa noche conmigo. Pusimos una película, "El pianista", se
asombró cuando le dije que nunca la había visto, me puse a llorar con una
escena en la que el abuelo repartía un caramelo entre su familia, y noté como
se enterneció al verme los ojos pasados por agua, no le gustaba verme llorar,
ya lo había notado otras veces. Si supiera todas las lágrimas que han resbalado
por mis mejillas a cuenta suya.
Estábamos
acostados en el sofá, y como siempre me abrazaba como si se acabase el mundo. La
película terminó y mientras los créditos corrían entre un fondo negro la
habitación de volvió algo más oscura. Aproveché para girarme hacia él. Estaba
como ausente, no me miraba con tanta intensidad a los ojos como de costumbre,
pero me abrazaba más fuerte que cualquier otro día. En un halo de pasión
introdujo sus manos hacia el infinito de mis rotos vaqueros y aprovechó para
unirme más hacia él, algo con lo que ya contaba en cada una de nuestras citas.
Busqué su boca, entre la oscuridad de la habitación, retorciéndome, mientras exhalaba
el poco aire que me dejaba siempre su simple presencia. Encontré unos labios
cálidos, que por fin parecían alegrarse de hallarme ahí, tan frágil, tan
delicada, a su lado. Nuestras respiraciones se contraían y acabaron por ser una
sola. De repente, sin movernos un solo milímetro noté como se alejaba, eso es
lo que siempre echaré de menos, sentir, sentir cada instante tan intenso y
conocernos con la mirada como ocurría con él.
-Tengo que irme- Musitó.- Voy a ir a casa,
intentaré dormir un par de horas y me iré.
Siguió sin decirme qué ocurría, solo se que la
situación le superó. Por un momento llegué a sentir las nubes bajo mis pies,
llegué a evadirme completamente de mi cuerpo y ser parte del suyo, únicamente
con el leve roce de sus labios.
Y esa fue la última noche que estuvimos
juntos.